miércoles, 9 de marzo de 2011

Ouidah y Ganvie. Los esclavos y el Vudú.


Con ilusión de conocer Togo y Benin, hice todos los preparativos para marchar. Revisando las guías y mirando el calendario, marqué con especial ilusión el 10 de enero con un círculo rojo, fecha en la que se celebra la fiesta anual del vudú en Benin, país que reconoce esta práctica animista como religión oficial.
El sur del país es la zona donde el vudú tiene más arraigo. Es además donde predominan las etnias fon y adja-fon, que son el grupo étnico más numeroso del país. Son gente de porte noble y orgullosa de su historia, que se inicia, al igual que el vudú, hace unos 4000 años en los bosques situados en lo que hoy es la frontera entre Togo y Benín y que evolucionó hasta fundar los reinos de Allada, de Dahomey y de Hogbonu, uno de lo más importantes imperios africanos de la historia.
Ante el dilema de dónde acudir para vivir el día de fiesta, nos decidimos por lo más obvio: Ouidah, considerada la capital del vudú. Bien temprano, con el amanecer despuntando, enfilamos la carretera para llegar al ritual de inicio de la fiesta. Un gran acierto, puesto que a través de la ventana del coche pude ver cómo la gente de los poblados se engalanaba de blanco para su fiesta, además de tropezar con algún zangbeto (guardián de noche) ataviado con su máscara de largas tiras de rafia.

Ya en Ouidah, empezamos el día en el Templo de las Pitones, donde se inicia la fiesta con el ritual / sacrificio de una gallina. Eso es lo que me dicen, puesto que ya no puedo ver nada debido a la multitud que hay delante de mí, aunque más tarde sólo vimos unas gotas de sangre seca y 4 plumas en el suelo. Detrás nuestro empieza el verdadero espectáculo; una pequeña explanada a rebosar de curiosos, iniciados en el vudú con sus vestidos ceremoniales blancos impolutos e imponentes chamanes con báculos ceremoniales muy trabajados. Y, destacando casi más que el espectáculo visual, el persistente sonido de los tambores y las repetitivas melodías de mujeres y hombres. La música y el baile son imprescindibles en este rito. La creencia del vudú en diversos dioses y en la transformación del ciclo vida/muerta en espíritus que vagan por la tierra junto a nosotros no tendría sentido sin las ofrendas y sin la danza, ya que hay bailes para todos los momentos de la vida. Y sin baile no habría trance, ese estado semiconsciente en el que puedes conectar con los espíritus.

La multitud poco a poco se mueve. Es media mañana y el sol cae a plomo. En pequeños grupos, vamos enfilando el camino a la playa. Los más afortunados, en coche o moto; los menos, a pié. Hay silencio en el ambiento, pero creo conocer el motivo. La explanada que dejamos atrás era bien conocida en siglos pasados. También se reunían multitudes y de forma regular, pero el ambiente era más funesto; se realizaban las subastas de esclavos. Capturados en cualquier lugar del reino, los traían hasta aquí para ser vendidos. Y para que la “carga” sobreviviera al viaje por mar, cosa que conseguían muy pocos de todos los que embarcaban, les aplicaban todo tipo de ritos de protección. Estos ritos se practicaban a lo largo del camino que voy recorriendo, donde aún hoy el bosque sagrado, fetiches y estatuas salpican el camino.
El calor no cede, pero ya vislumbramos el final. La Puerta del No Retorno, al pie de la playa, es el monumento erigido en memoria de todos los esclavos que partieron del lugar. Y en la playa, la multitud se refugia bajo toldos improvisados, y la música y los bailes vuelven con más fuerza. Parece que el trance en el que caen les hace olvidar la fatiga, si bien el vino de palma, las botellitas de ron y refrescos de color Mirinda supongo que echa una mano. Me dedico a observar el detalle. El fervor en los rostros de los iniciados se mezcla con sus escarificaciones y con sus pinturas, el contraste del blanco y plateado de las túnicas con los cuerpos negros y sudorosos, quedan inmortalizados en mi retina y en mi cámara.
De tanto en cuanto, unos pocos se acercan al borde del mar y le obsequian ofrendas y plegarias.

Debo dejar la fiesta. Sé que ellos seguirán lo que queda del día y la noche. Pero quiero completar un círculo. A una hora y media de coche y piragua se encuentra Ganvie, pueblo levantado por la etnia tofi en mitad de un lago. El valor de esta etnia también se origina en la época del tráfico de esclavos. En esta región, fueron de las etnias más perseguidas con tal fin, por lo que decidieron huir al centro de lagos y lagunas, aprovechando el temor sagrado al agua de sus captores, que, irónicamente, pertenecían a etnias vecinas. El cómo encontraron lugares como Ganvie sólo se explica mediante leyendas fantasiosas de hombres pájaro.
El contraste con Ouidah es total. El silencio es nuestro compañero de viaje, a veces roto por el agudo grito de algún ave marina o por el chapoteo del remo en el agua. De camino al hotelito local visitamos el mercado flotante. Nosotros nos vamos a descansar, los pescadores salen a faenar en el abrigo de la oscuridad.
A la mañana siguiente, salimos a desayunar en barca. El día amanece sobre nosotros, el lago está repleto de piraguas con hornillos, improvisando un vasto restaurante flotante. El desayuno, el sonido de la madera al golpear piragua contra piragua y el aroma de decenas de comidas van quedando atrás, puesto que nosotros nos vamos, pero vuelven los pescadores, los verdaderos clientes de este mercado matinal. Nuestra próximo destino: el norte de Benin, País Somba e imperio Yaruba.
ALEX.

1 comentario:

  1. que buenos recuerdos me trae...tanto por mi propio viaje como por la experiencia de haberlo revivido con tu charla y con el blog....

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